
Cuando estamos acostumbrados a que alguien esté haciendo reir durante casi 48 años (el aniversario es el 4 de septiembre) pensamos que al menos perduraría al grupo. Pero no ha sido así. El corazón de Daniel Rabinovich, componente de Les Luthiers, ha dejado de latir. Y no puede decirse que sea una gran sorpresa para los que seguimos la vida del grupo. Bien es sabido que las dolencias cardiacas y sus respectivas operaciones empezaron en la década de los noventa. Una lucha que ha perdido hoy, a los 71 años de edad.
Los que me conocen saben mi devoción a Les Luthiers. Conozco sus letras, textos, instrumentos, vidas, curiosidades y todo lo que es público y notorio ("no, notario público" diría Daniel). Tanta es mi aficción que llegué a comprar unas entradas para una función en Madrid con 14 meses de adelanto. Unas entradas que incluian butacas en primera fila, unos obsequios, un aperitivo, pase a una exposición de instrumentos informales y vistas del backstage, en donde pudimos saludar a Carlos Nuñez, ver afinar instrumentos a Jorge y pasar al fondo a Daniel. No se acercó pero allí estaba. Una de las mejores experiencias de mi vida. Tan fan soy, que cuando en una asignatura del ciclo de Animación Sociocultural nos pidieron realizar un trabajo consistente en hacer una "canción-forum", convencí a todo el grupo para hacerlo de Los Jovenes de Hoy en Día.
Cuando el grupo era joven, en el año 1973, tuvo que enfrentar otra pérdida: el fallecimiento del fundador Gerardo Masana a causa de la leucemia que padecía. El grupo lo pasó verdaderamente mal. Iniciaron una terapia grupal y cesaron la actividad. Y qué casualidad, fue Rabinovich quien dijo estas palabras:
Muchachos, tenemos que continuar. Hay que volver a las representaciones. Si suspendemos otra función, no subiremos más al escenario. Por más duro que sea, hay que seguir. Por Gerardo, tenemos que seguir.*
Así, el "gordo", Daniel (este mote tan cariñoso puede escucharse en El Alegre Cazador que Vuelve a su Casa con un Fuerte Dolor Acá), quiso honrrar la memoria del "flaco" Masana. Ahora, deben seguir por Daniel. Y parece que lo harán. Los reemplazantes intentaran llenar el hueco que deja. Y ya ves, se necesitan a dos para intentar igualar a uno, e incluso así no es igual. Y ojo, solo puedo elogiar a Martín O'Connor, última incorporación al grupo. Pero no es Daniel, aquel cantante, instrumentista y humorista que mayor conexión tenía con el público. Poco esfuerzo le costaba hacer reir a todo un auditorio. A veces con un pequeño gesto valía para que el aplauso calentara el recinto. Quien busque Les Luthiers en el buscador de Google o YouTube encontrará entre las primeras el monólogo Mal Puntuado, La disertación del merengue, Perdónala o Ya no te amo Raúl, todas ellas con una gran presencia de Daniel.
De la larga lista de grandes exitos que se puede mencionar no pasaremos por alto mencionar a uno de sus personajes favoritos: Helmut Bösengeist, de El Poeta y el Eco. También entre ellos se encuentra el político de La Comisión, al que rescataron en el espectáculo CHIST! Pero como ha dejado huella es en la nueva etapa de Les Luthiers, en el que el formato ha cambiado, donde existe un hilo conductor de toda la obra, haciendo un espectáculo mucho más teatralizado. Ramírez y Murena, interpretados por Daniel y Marcos respectivamente, casi dejan de segundo plano a Mastropiero. Estos personajes son los conductores de los shows Los Premios Mastropiero, Lutherapia y Viejos Hazmerreíres, aunque la primera aparición fue en Todo Por Que Rías.
Son muchas las piezas que podría colocar a continuación, como en otras entradas dedicadas a Les Luthiers. Pero ya he llenado este pequeño e humilde homenaje con enlaces a todo lo citado. A cambio terminamos con la asombra historia que narra el motivo por el que Daniel Abraham Rabinovich se llama así. En estos días de desconsuelo por su fallecimiento, recordemos lo que ocurrió antes de que naciera.
Abraham K. Halevy hizo un esfuerzo y se incorporó del camastro. Llevaba tres meses tendido allí, víctima de insoportables dolores en las articulaciones. Apoyado en el hombro de su hijo se asomó a la ventana. No había duda alguna: era febrero de 1890 en Besarabia. Los campos estaban cubiertos de nieve. Próximas al establo, bajo los árboles pelados, caminaban unas figuras negras y desvalidas; la mayor de ellas daba saltos ágiles y picoteaba desperdicios.Hasta siempre maestro, Esther y todos los demás no le olvidaremos.
—Han vuelto las grullas —comentó Abraham a su hijo Daniel.
—No, padre: son mamá y mis hermanos; han salido a recoger castañas con el panadero Rabinovich.
Abraham suspiró hondo: se había equivocado una vez más. A dos cuadras de allí, el río Dniester se esforzaba por deslizarse con sus aguas negras y heladas. A la izquierda se extendían las planicies de Kishinev, tan castigadas por la sequía en el verano pasado. Su viejo instinto campesino le advirtió que este año la cosecha sería abundante; bajo la nieve dormían millones de semillas que, al llegar la primavera, poblarían de papas la comarca.
—Parece que deparan buenos tiempos al campo —dijo.
—Como los tuyos —dijo Daniel, el hijo, por animarlo.
—Y que terminarán sus viejos males.
—Como los tuyos.
—Mira el Dniester: su lecho parece más sucio que nunca.
—Como el tuyo —rubricó el hijo.
Pero Abraham se había equivocado una vez más. Al llegar la primavera, el sol se anticipó furioso y quemó las semillas. La cosecha se redujo a cuatro papas agrias que no sirvieron para destilar vodka sino vermífugo. Pensó que su tierra se estaba hundiendo lentamente en una quietud baldía. Añoró los viejos tiempos del vaivén geopolítico, en que reinaban actividad y movimiento. Suspiró por la época en que, después de haber sido parte del Principado de Moldavia, Besarabia, como una mujer fácil y caprichosa, pasó al Imperio otomano, y luego se marchó del brazo de los tártaros de Crimea y en 1812 se puso a disposición de Rusia.
—Besarabia ya no es lo que fue — Abraham comentó deprimido a Daniel—. Esto se va a volver un desierto. ¡Quién tuviera un pasaporte para salir de esta tierra paralítica!
Una vez más se había equivocado el pobre viejo. Mal podía adivinar que en 1918 la región pasaría a ser parte de Rumania; que en 1944 ingresaría al mapa de la Unión Soviética; que llegaría
a tener tres millones de habitantes en 1982, según el Diccionario General Ilustrado, y que en 1991 sería parte de la nueva república independiente de Moldavia.
—¡Si por lo menos tuviera la salud envidiable del panadero Rabinovich! —se lamentó.
Esa noche murió el panadero Rabinovich, víctima de un derrame cerebral en masa. El viejo Halevy permutó a la viuda su trineo por el pasaporte del difunto y reunió a la familia.
—Cambiaremos de paisaje y de vida. Nos marcharemos primero hacia el norte y luego emprenderemos camino hacia el oriente —les dijo—. Dentro de algunas semanas llegaremos a los
montes Urales.
—¡Aquí! —agregó, clavando triunfalmente el dedo sobre el mapa—: Aquí, hijos míos, tendréis descendencia y algún día uno de esos retoños de mi sangre se llamará Carlitos y será agricultor afortunado, como yo.
Pero el mapa estaba al revés. Se trataba de la nueva equivocación de Halevy. En vez de llegar a los montes Urales, arribaron meses más tarde a las pampas argentinas y optaron por establecerse con el falso pasaporte en Buenos Aires. Allí nació, cincuenta y tres años después, aquel esperado
retoño de su sangre. Pero no se llamó Carlitos sino Daniel (Daniel Abraham, en recuerdo del tatarabuelo y el bisabuelo) y no fue agricultor afortunado sino músico y humorista.*
*Fragmentos sacados del libro Les Luthiers de la L a la S escrito por Daniel Samper Pizano.